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Piedad Bonnett: “Este es un país horrible y los poetas lo han sabido mostrar”

El pasado lunes 3 de junio se anunció que la poeta colombiana Piedad Bonnett era la ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el galardón más importante para los poetas en español y portugués y que han recibido los más grandes, como Nicanor Parra, Ida Vitale, Blanca Varela o Juan Gelman.


Piedad Bonnett, poeta, novelista, dramaturga y crítica literaria colombiana. Foto: Juan Cristóbal Cobo

Piedad Bonnett está a punto de perder la voz. En el sentido literal de la palabra: una tos por una infección respiratoria la atacará varias veces durante esta entrevista y ella se defenderá de ese diablo en la garganta, hará una pausa, levantará la mirada para recuperar las ideas y continuará, como un animal que da pasos con una pata herida. Ante esta situación no es difícil pensar en algo que ella ha explicado de diferentes maneras en charlas y entrevistas frente a la insistencia de los lectores por un nuevo libro de poesía: el temor constante a perder la voz que crece en el interior de su cabeza y de pronto lanza frases e imágenes y un poema nace.


Piedad Bonnett le tema a perder esa voz, a no ser más el lugar del acontecimiento de un poema. Pero esto no sucede todavía, por fortuna. La voz que dispara los poemas continúa llegando a ella, lenta y puntual en su hombro, a pesar de que solo ha publicado novelas desde 2017, cuando salió su último poemario, Los habitados, libro en el que hay poemas conectados con Lo que no tiene nombre (2013), obra de no ficción en la que habla de la enfermedad mental y el suicidio de su hijo Daniel y que la hizo famosa a nivel internacional.

Por indicación de su médico, Bonnett canceló el tren de entrevistas que viene dando desde el anuncio del Premio, pero solo dejó dos: con El País de España, y con El Colombiano, esta última por una razón que ella explica así: “Es la tierrita”. Sí, Bonnett nació en Amalfi en 1951, aunque se fue niña a Bogotá y allí ha escrito todos sus libros y allí nacieron sus hijos y allí fue profesora de literatura en la Universidad de los Andes hasta su jubilación. Pero además también accedió a esta entrevista porque en Antioquia, y más específicamente en Medellín, fue donde se encontró por primera vez en su vida con el reconocimiento y el amor de los lectores.



Usted ha dicho que sus mejores lectores están en Antioquia. ¿Por qué?


Porque durante mucho tiempo me conocieron sobre todo en Antioquia. Al principio pensaban que era de Bogotá y me presentaban como la poeta bogotana, pero cuando descubrieron que era antioqueña comprenderás lo que pasó... cobré inmediatamente importancia. En Bogotá no me paraban casi bolas, pero en Antioquia me llamaban mucho. Aún hoy aquí, en Bogotá, me presento muy poquito, aunque los lectores sí han crecido y cuando voy a las ferias se abarrota, pero esto no me pasaba antes de Lo que no tiene nombre, pero en Antioquia sí, sobre todo por la poesía, porque los antioqueños tienen mucho respeto por ella.


¿Qué recuerda con intensidad de esa niñez en Antioquia?


Recuerdo una niñez muy cuidada, con mucho amor de mi mamá y también de mi papá, siendo un hombre muy severo. Era una familia buena, con las pequeñas cosas que pasan en la familia. Y sobre todo me acuerdo de Amalfi como un lugar muy lindo y donde me pasaron las cosas más importantes de la vida, porque me viene a los ocho años y de cero a ocho años tú descubres el mundo: la naturaleza, la lectura, la religión (que fue impactante para mí), la violencia (porque me crié en un entorno salvaje de violencia entre conservadores y liberales...)



¿Se siente antioqueña?


Mi familia es antioqueña de pueblo. Honrados, trabajadores, ahorrativos. Típicos antioqueños que creen en el trabajo, de clase media. Pero no pertenezco a una familia numerosa, que se reúne todos los domingos, que tiene culto a la mamá y apego a los hijos, todo eso que veo en Medellín, yo no pertenezco a eso. Soy una antioqueña muy bogotanizada. Me crié en Bogotá y aquí hay otras maneras de relacionarse.


Hablemos ahora del Premio, de una frase que resaltó el jurado: “un trato elaborado del lenguaje que le permite acercarse a la experiencia vital con profundidad y belleza”. ¿Qué piensa de estas palabras?


Es un reconocimiento al rigor, porque he sido muy rigurosa con la poesía. La literatura es lenguaje. Las ideas y todo eso viene por añadidura, pero la materia prima es el lenguaje. No hay poeta bueno que no cuide el lenguaje, pero hay prosistas que no lo hacen, que son muy efectivos y narran cosas y la gente se muere de emoción con lo que cuentan, pero no hay belleza en ese lenguaje. Fui primero poeta y después narradora, y he tratado de llevar algo de la naturaleza poética a la narrativa, sin que eso parezca artificio o manipulación de la lengua. Me interesa la agudeza de lo que voy a transmitir. La precisión, pero no de lo racional sino de lo poético. La poesía viene así, se puede corregir, pero esa es la dinámica: juntar cosas y hacerlas decir algo que nadie se había imaginado.



Mencionó la palabra agudeza y creo que es muy exacta para definir su poesía. ¿Cómo ve la evolución de esa agudeza si piensa en sus primeros libros?


He hecho un camino de aprendizaje. Mi primera poesía es ingenua, pero ya se ve que tengo la pasión del lenguaje y, de alguna manera, la habilidad para la poesía, si es una palabra que cabe decir con respecto a la poesía. Se me da la poesía, como hay gente que se le da el dibujo, la música. Tengo eso desde siempre. Pero hay una rotundidad que voy alcanzando a medida de los años, y para eso me han ayudado muchas poetisas y poetas.


¿En cuál libro alcanzó la rotundidad, la madurez?


En Tretas del débil, pero cuando doy paso a Las herencias, mi voz cambia mucho, es mi voz de pura madurez, la que trae el dolor aparejado.



Hablando del dolor, el jurado destacó su capacidad para abordar “temas arduos como el desamor, la guerra, la pérdida o el duelo”, y he visto que a periodistas y medios les extrañan esos términos.


Llevo dos días hablando con periodistas y estoy aterrorizada. El 90% no tiene ni idea qué es la poesía. Tienen una idea falsa, como de una cosa que embellece per se al lenguaje, a la vida. Tienen concepciones anacrónicas de la poesía. He tenido que hacer malabares para contestar preguntas que no tienen casi respuesta.


Usted ha hablado que lleva muchos años trabajando en un nuevo libro de poesía, del que ha adelantado el título: Los hombres de mi vida. ¿Cuánto lleva?


Como un 80%. Llevo doce años escribiendo Los hombres de mi vida, pero muy de vez en cuando meto un poema. Es sobre la relación de la feminidad con la masculinidad. Hay algo de amores. Hay algo de fricciones de las relaciones. Hay algo del amor que se va y la nostalgia que queda de ese amor. Hay mucho del miedo, de desacuerdos, de lo que es para las mujeres el sentirse atrapada. Y otros que no son estrictamente eso, porque no es una cosa programática.



En la mayoría de sus encuentros con lectores suelen preguntarle por la dualidad poeta-narradora, eso parece sorprender, como si usted tuviera...


...dos cerebros... y sí, porque no creo que todos los poetas puedan ser narradores. Pero siempre quise ser narradora y me dio mucho trabajo, por eso llegué muy vieja. Lo intenté joven y no lo logré. Lo que se me venía bien era la poesía. Y de pronto dije no quiero no explorar esa posibilidad y ya había aprendido mucho porque he sido una gran lectora de novela y ahí escribo Después de todo y me envicio. Entonces sí, hay un cambio de registro, por eso cuando estás escribiendo novela la poesía casi no puede entrar, porque ella lo hace por unos resquicios y de pronto dices voy a escribir este poema. El cerebro está escindido.


Y si no hay espacio para que la poesía entre, ¿siente que hay una traición a la poeta?


Absolutamente. Y me empieza a dar una cosa. No es posible que la poesía se me esté escapando. Pero tengo que ser fiel a mi propio impulso. Los últimos libros han sido necesidades gigantes, incluyendo el que acabo de escribir. No podía no escribir eso. Y como son tan demandantes se sacrifica la poesía, pero siempre tengo la idea de volver a ella, porque es lo que más felicidad me da. Cuando me siento a escribir un poema no puedo ser más feliz.


¿Cómo es esa felicidad?


El cerebro está trabajando de una manera que no trabaja nunca. La racionalidad se afloja. Estás como en un trance, dejando que salgan unas imágenes. Hay una parte completamente liberada. Te sorprendes de los hallazgos, de lo que acaba de salir. Me asombra. La novela no, es una cosa que construyo con tenacidad, y la poesía es intensa y corta.



¿Y le ha dado otras felicidades?


Sí, la poesía me ha traído las mejores recompensas. Lo que no tiene nombre fue una cosa extraordinaria, sí, uno no acaba de comprender cómo esta sociedad se movió con ese libro. Pero creo que mi palabra esencial está en la poesía.


La poesía también le ha dado la felicidad de los lectores fieles


Sí, y sobre todo jóvenes. Mi mayor felicidad es cuando veo que llegan esos chicos, de dieciocho, tatuados, con piercings, rockeros, y llegan con mi libro de poesía, temblorosos, no por mí, sino por lo que les ha ocasionado la poesía. Ha sido un descubrimiento.


Con las redes sociales es fácil saber de esos poemas que se apropian los jóvenes y los lectores en general, que se vuelven himnos, parte de la vida de muchas personas. ¿Reconoce esos poemas que impactan, sus hits?


Sí, claro, los poetas sabemos cuáles son nuestros hits, somos como músicos en el escenario, sabemos que si cantamos esta canción la gente va a gritar. Hay poemas muy difíciles de captar con la lectura en voz alta, pero uno sabe cuáles aman los lectores y generalmente en mis lecturas los leo.


Hay un poema que no vea como hit y que le gustaría que se leyera más.

Sí, “Vigilante” o “En el borde”, que son muy buenos poemas de Los habitados.


Pero ese último lo comparten mucho, es un hit. Y es un poema bellísimo.

Cuando lo escribí tuve la sensación de haber escrito un buen poema.


El poeta peruano José Watanabe escribió en el prólogo Los privilegios del olvido (2008), la antología de su obra que publicó el Fondo de Cultura Económica, la siguiente frase: “La niña de Amalfi cierra los ojos, endurece el corazón y no se miente”. ¿Le parece una definición acertada de su poesía?


Creo que tengo un poder para la verdad. ¿Sabes por qué? Porque me crié en una casa donde nadie mentía. Había una especie de crudeza. Es algo muy antioqueño. Había silencios sobre cosas, tabúes, sí, me crié sobre esas especies de silencios, pero a la hora de decir la verdad se era implacable. Yo le parecía muy imprudente a mi mamá, y lo que tenía era una relación con la verdad.



¿Hay temas que decida no tocar en sus poemas?

Nooo, si abordo un poema voy hasta el fondo.


Usted fue profesora de poesía durante tres décadas y dio a conocer en nuestro país a algunos poetas fundamentales, como José Watanabe o Eugenio Montejo, ¿cómo ve la poesía joven, actual, en Colombia?


Es que no la veo mucho. Como que se me escapa. Sí veo talento, pero la poesía la veo ajena, porque salí hace diez años de la universidad y me metí en mi mundo. A veces me mandan libros, hojeo, leo poemas, descubro cosas y de pronto digo: aquí hay algo, esta persona sí. Pero no le sigo la pista porque no tengo tiempo.


¿Observa que se lee poesía en el país?


Mira, si puedes poner, tengo la sensación que la gente no lee a los grandes poetas colombianos, quizás en las universidades, pero no leen a Aurelio Arturo, el Tuerto López, Cote Lamus, Gaitán Durán... necesitamos que vuelva eso. Este es un país horrible y los poetas lo han sabido mostrar duramente. Ese poema de Charry Lara de los amantes, sobre dos muertos al lado de la carretera. Imagínate que un maestro lea ese poema a chinos de quince años y reflexione sobre cómo la poesía puede hablar de la violencia.


La Biblioteca Nacional inauguró la semana pasada la exposición “María Mercedes Carranza, el oficio de vestirse”, con parte del archivo personal de esta poeta que se menciona a menudo con ustede para hablar de las dos mejores poetas contemporáneas de Colombia. Ustedes compartieron ciudad, universidad, tiempo... ¿Cómo se ve en relación con la obra de ella?


Muy distinta, absolutamente diferente. Tenemos como una fuerza. Ella era más fuerte que yo. Yo doy la impresión de ser dulce. Ella era brutal y la poesía tiene algo de eso, pero el lenguaje de ella es hipercotidiano y coloquial, y mi poesía es lírica, va por otro camino, más metafórico, diría. Me gustan mucho los poemas del libro Tengo miedo. Ella tenía una parte amarga y la expresa muy bien, y el desamor, el desamor brutal. Pero somos muy diferentes. Y me construí también en relación con ella. Aprecio la obra, pero no me interesa este tipo de poesía, no quiero escribir así.


Se siente querida y respetada por los editores?

Adorada, porque vendo mucho. Y soy muy fiel a mis editores.


¿Hay nuevas ediciones de su poesía en camino, quizá internacionales a raíz del premio?


Quiero traducciones. Lo que no tiene nombre está traducido como a quince lenguas, pero la poesía solo está traducida al inglés, una edición que saldrá este año.


*Poeta y periodista. Su libro más reciente es Hoja de furias (Tragaluz Editores).


Fuente: "Web El Colombiano Sección Cultura. Junio 11 de 2024"



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