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La Bachué, la escultura que hace 70 años escandalizó a Medellín

El escultor José Horacio Betancur creó en los 50 una obra monumental que escandalizó a la capital antioqueña provocando una lucha entre la moral y la libre expresión del arte.

Tras despedirse del Jardín del Arte, La Bachué reposa en la fuente de EPM frente al Teatro Pablo Tobón Uribe. FOTO Manuel Saldarriaga Quintero.


Debajo de un vaciado en concreto con un espesor de 6 centímetros yace La Bachué. En sus hombros sostiene dos serpientes y un águila, mientras que con su mano izquierda abraza a un pequeño niño. Su mano derecha con la palma abierta apunta hacia el cielo, el mismo que ha sido testigo de sus desventuras a lo largo del tiempo. Su creación hace 70 años no solo escandalizó a la ciudad, sino que la puso a peregrinar por hasta que llegaron nuevos tiempos en los que a nadie le importara si estaba desnuda.


Fue en octubre de 1954 cuando el escultor José Horacio Betancur, oriundo del corregimiento de Porce, en Santo Domingo, exhibió en la Plazuela Nutibara esta diosa chibcha. La figura, que representaba fielmente el mito del pueblo muisca, provocó una polémica nunca antes vista debido a su desnudez. En palabras del también escultor Miguel Ángel Betancur Tamayo, hijo de José Horacio, fue un torbellino completo para la ciudad porque desde sus inicios él tuvo la curia en contra.


Cuando en la década de los 40 José Horacio montó su primer taller en el barrio Buenos Aires, no era conocido por sus obras de arte sino más bien por su labor de carpintero. Por aquel entonces tuvo problemas con el párroco de la iglesia del sector quien se quejaba de que Betancur hacía mucho ruido y esculpía desnudos.



Algunas de estas piezas buscaba venderlas exhibiéndolas en las vitrinas de la carrera Junín, un acto que causó estupor entre las damas del programa radial La hora católica, quienes le enviaron una carta al dueño de la famosa sastrería Emperatriz exigiendo que retirara de inmediato esos desnudos que “atentaban contra el pudor”.


Aunque Betancur realizaba estas obras desde la visión artística, la sociedad nunca lo vio con buenos ojos. Miguel Ángel explica que su padre fue un escultor del pueblo y para el pueblo, pues además de resaltar la labor de personas del común, su obra se enfocó en la mitología y el pensamiento americanista, alejándose del canon de belleza europeo. Para muchos él fue el primer escultor monumental no oficial de Antioquia, es decir, los escultores de la época realizaban obras por encargo, proyectos pagados por alguna entidad privada o el municipio. Sin embargo, él decidió con sus propios recursos financiar sus obras monumentales que tanta ampolla levantaron en diferentes sectores.


Cuando la Bachué fue expuesta a los ojos del público, el presbítero Fernando Gómez de La hora católica se fue lanza en ristre contra Betancur acrecentando el escándalo. La mayoría de personas alegaba que su retiro era inminente y alrededor de la figura se formó una romería.


Izquierda: José Horacio Betancur con La Bachué en el taller en 1954. A la derecha, el maestro exhibiendo por primera vez la escultura en la Plazuela Nutibara en octubre de ese año. FOTO cortesía Miguel Ángel Betancur.


Poco importó que José Horacio pusiera letreros para intentar que alguna entidad la comprara. En esos panfletos estaba la explicación y el significado de la diosa, pero las miradas se las llevaba su cuerpo.


En medio del rechazo enardecido de la sociedad un día decidieron taparla. Personas desconocidas le cubrieron los senos con una banda de hule marcando su oposición a este símbolo. El planteamiento de José Horacio era que a La Bachué no le podían tapar los senos porque en el mito reza que viene del agua, motivo por el cual no tenía sentido que estuviese vestida.


De hecho, Miguel Ángel destaca que esta escultura nació con el propósito de ser instalada en el lago central del Bosque de la Independencia -hoy en día Jardín Botánico- pues encajaba perfecto con su origen.



No pasó mucho tiempo hasta que una madrugada en la que caía un aguacero la obra fue retirada, casi a escondidas, por el Cuerpo de Bomberos de Medellín. Parecía que la batalla estaba perdida y La Bachué ya no sería parte del espacio público.


Resignado a que este tipo de ataques no se repitiera, Betancur se curó en salud y le puso taparrabo a la escultura del Cacique Nutibara y pechera a la mujer que lo acompaña. La censura también recayó sobre la Madremonte, quien originalmente estaba desnuda. Así que para evitar inconvenientes José Horacio aumentó el tamaño de la orquídea para cubrir los pezones y exhibirla sin problemas.



A las malas se llevaron a La Bachué a la estación de bomberos pero tampoco la quisieron conservar, de ahí pasó al Club de Profesionales -hoy en día Comfenalco Antioquia de La Playa- y aunque estuvo exhibida un tiempo siguió generando polémica. Se sabe que José Horacio trató de vendérsela al Club por 10.000 pesos pero la entidad le ofreció 900 pesos y la venta no se concretó.


Entre tantas vueltas, su mayor mecenas, la cónsul de México María Antonieta Pellicer de Vallejo acogió a La Bachué para decorar su casa en el barrio Laureles, conocida como el Jardín del Arte. Este espacio consistía en una lujosa casona en la carrera 76 frente a la Iglesia Santa Teresita. La fachada de la mansión era de puras vidrieras y en la parte de atrás había una piscina en forma de ocho rodeada por esculturas de los mitos de Antioquia.


Ejemplares como La Patasola, El hojarasquín del monte, La llorona y La Madremonte, entre otros, estaban expuestos en relieve.



El Jardín del Arte ostentó importantes obras de José Horacio y de otros reconocidos escultores convirtiéndose en un centro de tertulia donde se reunían todos los artistas del momento. Miguel Ángel recuerda que aprendió a nadar en aquella piscina y que la biblioteca fue labrada en madera por su padre.

Tras abrirse paso a fuerza de mazo en el ámbito artístico y haber participado en numerosas exposiciones en varias ciudades del país, José Horacio falleció trágicamente en un accidente de cacería el 10 de noviembre de 1957 a los 39 años.


Las obras de Betancur quedaron a nombre de su esposa doña Enriqueta Tamayo. Para 1967, el Municipio de Medellín le compró a la viuda varias obras, entre esas, La Bachué, que permanecía en Laureles.


Nota periodística sobre el escultor de La Bachue y otras obras. FOTO: Archivo.


Al igual que un jardín que se marchita, “María Antonieta fue perdiendo la memoria y con ello se desdibujó el fondo intelectual que tenía el lugar, pues dejó de tener una función cultural”, menciona Miguel Ángel sobre la decadencia del Jardín del Arte.


María Antonieta rechazó devolver El Cacique Nutibara y La Bachué. Las autoridades tuvieron que reventar con una barra el candado de su casa porque ella se negaba a abrir la puerta. El allanamiento duró horas en medio de un alborotado forcejeo e incluso hay imágenes que muestran cómo ella se amarró un lazo en el cuello alegando que primero la sacaban muerta antes que sacar a La Bachué, pues curiosamente era la figura de la que más estaba encariñada.


Tras despedirse del Jardín del Arte, La Bachué fue puesta en la recién inaugurada fuente de EPM frente al Teatro Pablo Tobón Uribe. Aunque parecía una victoria para la diosa, la batea de la fuente era profunda y la escultura quedaba escondida porque los chorros de agua la tapaban.



Muchos años después, cuando contrataron a Miguel Ángel para hacer la primera limpieza y restauración de los bustos de la Avenida La Playa, él decidió subir el pedestal de modo que la diosa chibcha se pudiera ver bien, sin censura, sin vergüenza.


A su modo de ver, “nosotros somos una sociedad mojigata y todavía sigue el señalamiento social porque miramos los desnudos con cierto recelo”, argumenta Betancur Tamayo, para quien el arte, entre comillas, hoy es más abierto.


Carlos León Gaviria Ríos, historiador de la Secretaría de Educación y Cultura de Envigado, recuerda otros casos de esculturas que han sido vandalizadas en la ciudad como la figura del famoso torero Pepe Cáceres, ubicada en la plaza de toros La Macarena. Esta alegoría escultórica referente a la tauromaquia, obra del maestro Germán García, fue vandalizada un par de veces e, incluso, en el diario El Tiempo se registró en 1997 un incidente en el que un grupo de rockeros tomó el cuerpo de bronce del torero y lo lanzó a las aguas del río Medellín, siendo rescatado horas más tarde en una vía de Barrio Triste.



“Otra obra que también ha sufrido dificultades fue la paloma de la paz de Fernando Botero, que fue estallada en el parque San Antonio en medio de un conflicto social muy fuerte y ha servido desde entonces para conmemorar en la ciudad la no violencia”, relata Gaviria.


Del mismo modo varias veces fue estallado el busto del fundador del diario El Espectador, Fidel Cano, ubicado en el Parque Bolívar. Solía ser vandalizado sobre todo por lo que en su momento representaba: la libertad de prensa y la denuncia de los crímenes del narcotráfico.


Carlos León también resalta las particulares intervenciones que de vez en cuando ha sufrido el monumento a Carlos Gardel, ubicado en el barrio Manrique, en la carrera 45, en donde a veces lo visten y le ponen camiseta. Para no ir muy lejos, durante la pandemia fue una de esas esculturas que portó singulares tapabocas.


Hubo una época en la que un grupo se dedicó a vandalizar vírgenes, entonces si había una virgen en una esquina se desplazaban hasta ese lugar para destrozarla, otro episodio muy escandaloso”, narra Gaviria. Para este historiador, las intervenciones sociales en los monumentos pueden diferenciarse de la siguiente manera: la forma violenta, en donde la figura es atacada por lo que simboliza; la represiva, en donde genera reacciones a nivel moral; y la de la adaptación, que es cuando una escultura es adoptada por personas de la comunidad y hasta la protegen.



Carlos León insiste en que ahora somos una sociedad más plural y en ese sentido caben otras voces y otras opiniones. Dicho planteamiento es compartido por Juan Carlos Sánchez Restrepo, director general del Teatro Pablo Tobón Uribe, lugar donde hasta ahora permanece sin contratiempos La Bachué.


“Nosotros lo que hemos logrado es integrar el monumento a todos los ejercicios de apropiación social y de recorridos de ciudad que desarrollamos en el Teatro. Tratamos siempre de insertar el conocimiento y la historia de La Bachué en toda esa narrativa que estamos desplegando alrededor de la historia de Medellín”, destaca Juan Carlos.


Aunque anteriormente La Bachué ha sido vandalizada con pintura y a la fuente le han robado algunos elementos, desde el Teatro realizan una atenta veeduría para que la institucionalidad permanezca al día con los mantenimientos pertinentes porque aunque ellos no son los dueños del monumento, son unos vecinos que la quieren mucho y reconocen su importancia en la ruta patrimonial de la ciudad. Por ahora, esta diosa de la fecundidad, que por tantos años anduvo de un lugar a otro cargando el peso de los prejuicios sociales, continúa engalanando el centro de la ciudad y representando un triunfo para los librepensadores que hace 70 años la vieron emerger de las aguas para sacudir la tierra.


Fuente: "Web El Colombiano Sección Medellín. Junio 3 de 2024"


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